AQUELLO QUE TODAVIA (PUEDE/MERECE LA PENA) SER SALVADO. | David G. Torres, Elisa Arteta, Fermín Díez de Ulzurrun, Juan Aizpitarte, Cristina Fernández LANA, Levi Orta, Peio Izcue, Miguel Ayesa, Andrés Vial, Oier Gil& Abel Jimenez Rivas y Ro caminal.

 

ÉXITO


Lancemos una provocadora hipótesis: el éxito (o al menos el reconocimiento) es la motivación principal que mueve a los artistas a seguir haciendo arte. Existe una voraz competición entre nosotros para alcanzar el objetivo. 26.888 artistas y colectivos están censados en la web más más prestigiosa del sector de los profesionales del arte en España: 26.888 creadores pugnando por una beca, una exposición, una residencia o un visionado de portfolio. Lucha voraz por la supervivencia, por “vivir del arte”, por ese reconocimiento que consigue alimentar el ego y el estómago al mismo tiempo.

Hay quien dirá que caben muchas objeciones al respecto. Que existen muchas otras motivaciones para seguir haciendo arte hoy día. Para algunos la práctica artística es una palanca de cambio social; el arte debe ser político como afirmaba la manida frase de Benjamin. Para otros el arte es un fin en sí mismo, debe ser “desinteresado” y “autónomo” según la teoría que se fraguó en la modernidad y que todavía perdura en el arte formalista, y el artista debe afanarse en preservar esa autonomía. Y para los más románticos el arte debe ayudarnos a negociar con aquello con lo que nuestra razón no acaba de llevarse bien; decía Nietzsche que tenemos el “arte” para no perecer a causa de la “verdad”.

En todo caso es una obligación de todo artista preguntarse por la función del arte en estos tiempos (que ya duran demasiado) en los que ya nada de lo referente al arte es evidente, ni en su relación con el mundo, ni en su propio derecho a la existencia.

Existe cierto consenso en que desde sus inicios hace por lo menos 40.000 años, hasta bien entrado el siglo XVIII, es decir en el 99% de su existencia, el arte ha tenido una finalidad. En los comienzos de su historia el arte ayudo al hombre a enfrentarse al mundo, primero mediante herramientas prácticas. Luego aparecieron la magia y después la religión, a los que prestó unos servicios notables. Curiosamente con el auge del capitalismo el arte perdió su función, con la renuncia a toda finalidad explicita más allá de su valor como mercancía. Tal vez eso sea una casualidad y todo esto no sea más que una trampa del lenguaje, de la propia palabra “arte”, de su carácter histórico, o de nuestra necesidad de dar sentido. Ya se sabe que para el ser humano una mala explicación es mejor que ninguna explicación.

Sea como fuere, lo que sí es cierto que conforme la función del arte es cada vez más incierta, el anhelo de éxito aumenta de una forma inversamente proporcional en los artistas, quedando en muchos casos como único estimulo creativo. Esa es la certeza que tenemos, que hemos pasado de los pintores de tablas anónimos, meros artesanos, a los artistas estrella cuyo único valor es en algunos casos su “marca”. Mientras el sentido entra en crisis, el ansia de reconocimiento (con su reverso de un público cada vez más carente de criterio) se mantiene como un poderoso núcleo irradiador sobre el que orbita el mundo del arte.

Es por ello por lo que Maslow Industries quiere dedicar este estadio de la pirámide a la relación que los artistas tienen con el éxito, invitándolos a realizar una reflexión lo más honesta posible al respecto.

Decía Adorno que de los peligros del arte contemporáneo el peor de ellos es su falta de peligro. Podemos añadir que entre esos grandes peligros está el que el arte crítico no lo sea consigo mismo.

 

Peio Izcue Basail

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