Cuestiones para (re)construir una realidad
Para adentrarnos en parámetros de la
realidad debemos partir cuestionándonos qué es real y qué es ficticio, desde
dónde se articulan ambos conceptos, cómo se configuran y cómo forman hoy parte
de nuestro imaginario colectivo.
La RAE define el término “realidad”
como “existencia real y efectiva de algo”, como “verdad, lo que ocurre
verdaderamente” y como algo que está “en contraposición con lo fantástico e
ilusorio”. Estas definiciones pueden llegar a diluirse y a transfigurarse en
aspectos que adquieren cierta ambigüedad donde no podemos afirmar con certeza
si nos situamos ante hechos reales o ficticios.
Vivimos en un sistema de las
apariencias donde se crea un frontera difusa entre aspectos que en ocasiones se
construyen en función de intereses y modelos hegemónicos que son empleados para
perpetuar el statu quo de las clases
privilegiadas y el poder. No vamos a hacer una oda al proletario ni a la
diferencia de clases porque no es nuestro cometido, pero sí partimos de la
conciencia de que formamos parte de un mundo articulado y teledirigido, que es
capaz de distorsionar los conceptos perceptibles entre lo que es real y lo que
no lo es, entre lo que se torna utopía y, sin embargo, tal vez puede llegar a
ser un futuro.
En este sentido no estamos
configurando un posicionamiento ideológico sino un punto de partida donde,
además, el arte y la cultura toman partido de una forma activa generando
imaginarios de resistencia en busca de proponer soluciones y caminos para
entender nuestro contexto, para saber desde dónde nos movemos y hacia dónde
vamos. El sistema capitalista tiene la capacidad de convertir cualquier cosa en
mercancía y objeto de deseo, nos invita a formar parte de él, a sentirnos
atraídos por él, inoculando su ideología una vez nos cautiva para conseguir un
público acrítico, al que manipular con facilidad.
Nos adentramos en tiempos de exceso,
de saturación, de consumo, de contaminación, de hipocresía, de injusticias, de
desigualdad, de pérdida, de crueldad… Toda una serie de contradicciones nos
invitan a confundirnos de una forma continuada, ofreciéndonos una realidad
fragmentada que puede llegar a seducirnos pero que también puede provocar en
nosotros un estado de shock al
ofrecernos verdades que se tornan en horror y que nos hacen desear formar parte
de un escenario simulado.
Los medios de comunicación, de una
forma dirigida, nos muestran sucesos ligados a una realidad que puede llegar a
resultarnos cruel pero que, en ocasiones, roza la espectacularidad. Una
crueldad que consumimos en nuestros dispositivos móviles y en nuestros hogares
de una forma normalizada. Lo real se torna grotesco, produciendo en ocasiones
un efecto de negación para intentar escapar de sucesos que no nos resultan
agradables y sin embargo, aunque intentemos huir, continuan ahí.
Son muchas las obras que intentan dar
visibilidad a problemáticas que permanecen invisibles, episodios de nuestro
contexto que requieren ser mostrados o revisados para invitarnos a pensar sobre
ellos. Debemos establecer una distinción en cuanto a aspectos de visibilidad
entre lo que el ámbito antropológico transforma en invisible o en desapercibido
y lo que el poder enmascara y camufla haciéndolo no legible en todo su espectro
de significados. Debemos ser conscientes de que en ocasiones no es tanto la
invisibilidad del objeto como la ceguera del sujeto. Del mismo modo, las
estructuras de poder nos ofrecen determinados sucesos de una forma fragmentada
o disfrazada para construir sus propias versiones, y somos nosotros los que
debemos decidir si asumimos lo que nos ofrecen o queremos ir más allá en busca
de alternativas que verifiquen dichos argumentos.
Estos trabajos que persiguen
propiciar una visión intensa de la realidad, nos invitan a repensar nuestro
contexto y a generar nuevas miradas sobre el presente pero también sobre el
pasado. En este sentido el artista trabaja como un investigador que mira a otro
tiempo y rescata imaginarios e historias pasadas para retomarlas desde el
presente arrojando luz sobre sucesos que necesitan un revisión urgente. Miguel
Ángel Hernández afirma que: “el pasado se materializa, se hace visible, a
través de una proyección del presente sobre él”[1].
Este arte que intenta establecer y
(re)construir parámetros de la realidad se muestra en unas obras “realistas” que, según Nicolas Bourreaud,
“levantan velos ideológicos que los aparatos de poder instalan sobre el
mecanismo de expulsión y sus vertederos”[2].
No podemos obviar la existencia de un
arte acrítico que intenta alejarnos de la realidad para invitarnos a
sumergirnos en una experiencia estética y placentera que, a su vez, nos induce
a no pensar. Este arte, eminentemente contemplativo, propicia esquemas desde
donde induce al espectador a escapar de la realidad y construir espacios de
fuga. Mario Perniola nos habla de estos dos posicionamientos artísticos -un
arte que nos aleja y otro que nos acerca a la realidad- como tendencias ligadas
a la obra de arte[3],
intentando establecer categorías en este sentido.
Este arte que busca mostrarnos lo
real no necesariamente debe huir del componente estético; es un arte que se
gesta desde el compromiso y la responsabilidad del artista que es consciente de
la necesidad de generar y propiciar a través de su trabajo públicos críticos.
Aquí, el espectador activo y participativo toma un protagonismo; un espectador
emancipado -si tomamos el término empleado por Racière-, es el que, en palabras
del autor: “observa, selecciona, compara, (e) interpreta”[4].
La interacción con el espacio y con la obra se torna fundamental para estos
trabajos, que propician que el espectador genere un discurso propio y crítico.
El diálogo con la audiencia promueve nuevas miradas de la realidad e intenta a
su vez desvelar y descodificar elementos de nuestro entorno que, en ocasiones,
se muestran camuflados o casi imperceptibles.
Fermín Díez de Ulzurrum, MawatreS y
Hélène Duboc proponen, a partir de los estadios de la pirámide de Maslow,
parámetros para la (re)construcción de lo real. Para ello, se sirven de
elementos de nuestro imaginario y nos invitan a revisar el paisaje visual de
nuestra iconosfera, configurando nuevas miradas que hacen referencia a
estructuras establecidas en nuestra sociedad que son ofrecidas por los artistas
desde una nueva perspectiva.
Estas obras, con pequeños gestos,
irrumpen en escenarios con sus propuestas de cambio generando una llamada
directa al espectador. Estos lugares habituales para la exhibición artística, a
su vez, han sido convertidos en espacios de culto y de peregrinación cultural
-como nos propone DosJotas (Peregrinación
Cultural, 2009)-. El museo ha ido experimentando un gran crecimiento en las
últimas décadas llegando a ofrecerse como espacio para la evasión, esto ha
provocado que su público crezca exponencialmente y busque, de forma casi
mecánica, empatizar con el discurso ofrecido por la institución artística para
asegurarse así un lugar en la escala sociocultural. Este fenómeno no podemos
generalizarlo ya que los públicos constituyen un magma heterogéneo, generando
sub-estructuras en su interior que responden a dos tipologías: por un lado,
encontramos un espectador acrítica que asume lo que se le ofrece sin detenerse
a reflexionar; por otro lado, existe un público que intenta una comprensión
lucida y adopta un posicionamiento crítico.
Son muchos los espacios culturales
que hoy se muestran como emplazamientos para el espectáculo y el
entretenimiento, lo que lleva a que, en ocasiones, PortAventura, Terra Mítica,
el Pompidou o el Guggenheim formen parte de un mismo anillo saturnino. Eugenio
Merino en Franquicia (2007) pone a un
mismo nivel al Guggenheim y a la cadena de hamburguesas MacDonald’s,
corporaciones que se reproducen en diferentes ciudades y países bajo una marca,
algo que sucede también con el Museo Picasso. En esta línea se inscribe el
proyecto orquestado por Banksy bajo el nombre de Dismayland. A diferencia de
otros parques temáticos, este espacio, creado con un fin de crítica a este tipo
de atracciones turísticas, ha logrado un nuevo atractivo para atraer la
expectación del gran público: Dismayland tiene fecha de caducidad. Banksy
siempre ha sabido hacer una buena publicidad de sus trabajos y ésta es, sin
duda, una nueva gran campaña del artista. Esta propuesta, bajo una apariencia
comprometida, poco dista de Disneyland, convirtiéndose en un nuevo espectáculo
trivial de la cultura.
Estos escenarios, como propone
Baudrillard, se convierten en mecanismos de disuasión[5].
Para Baudrillard, Disneylandia se presenta como el modelo que aglutina
diferentes tipos de simulacros y como lugar que refleja el perfil americano:
“Disneylandia existe para ocultar que es el país “real”, toda la América
“real”, una Disneylandia (…). Disneylandia se presenta como imaginaria con la
finalidad de hacer creer que el resto es real (…)”. Este objetivo busca
confundir al espectador, un mecanismo muy empleado por los medios de
comunicación y por las estructuras de poder.
Estos lugares, convertidos en
espejismos, nos hacen confundirnos entre realidad y ficción, ¿cómo saber qué es
real y qué es ficticio? ¿Cómo no caer en la trampa y en las redes del sistema?
¿Se puede escapar del sistema? Evidentemente no, no se puede escapar del
sistema, pero, a través de pequeños gestos y desde la resistencia se pueden
generar propuestas que inviten a (re)construir nuestra realidad, a
(re)configurarla y a (re)pensarla. Cada uno desde nuestro campo de acción
podemos intentar construir un nuevo mundo y proponer soluciones que tal vez no
constituyan un cambio inmediato, pero que sí aportan nuevas miradas y
contribuyen a la creación de nuevos públicos que participa, opina, piensa y más
tarde actúa.
Ana G. Alarcón
[1] HERNÁNDEZ NAVARRO, Miguel Á.: Materializar
el pasado. El artista como historiador (benjaminiano), Murcia, 2012,
Editorial Micromegas, p. 32.
[2] BOURRIAUD, Nicolas: La
exoforma (2015). Traducción española Buenos Aires, 2015, Adriana Hidalgo
editora, p. 11.
[3] Véase PERNIOLA, Mario: El arte y su sombra (2000). Traducción española, Madrid, 2002,
Cátedra, pp. 17-19.
[4] RANCIÈRE, Jacques: El
espectador emancipado (2008). Traducción española, Castellón, 2010, Ellago
Ediciones, p. 19.
[5] BAUDRILLARD, Jean: Cultura
y simulacro (1978). Traducción española Barcelona, 2014, Kairós, p. 31.
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