LA OBRA MAESTRA DESCONOCIDA | Cesar Novella Alba.

LA 
OBRA MAESTRA DESCONOCIDA


Un objeto puede ser valor de uso sin ser valor. Este es el caso cuando su utilidad para el hombre no se obtiene mediante el trabajo. Así ocurre, por ejemplo, con el aire, el suelo virgen, las praderas naturales, la leña silvestre, etcétera. Una cosa puede ser útil y producto del trabajo humano sin ser mercancía. Quien satisface sus necesidades con su propio producto crea, en verdad, valor de uso, pero no mercancía. Para producir mercancías tiene que producir no sólo valor de uso, sino valor de uso para otros, valor de uso social. {…} Finalmente, ninguna cosa puede ser valor sin ser objeto de uso. Si es inútil, también es inútil el trabajo contenido en ella y, por tanto, no constituye ningún valor.

        Carlos Marx


LA 
OBRA MAESTRA DESCONOCIDA

La diferencia entre los términos de origen anglosajón work y labour define la estructura semántica de este texto. Un texto que son fragmentos de otros textos, en un montaje dialéctico (para apoyar las imágenes dialécticas desarrolladas por el artista) que sirve como aportación al manual de prácticas artísticas Maslow Industries coordinado por Fermín Díez de Ulzurrun.
Dicha diferencia comprende, para nosotros, la problemática fundamental de la praxis humana respecto al hacer. Diferencia que se aclara y se problematiza en el quéhacer artístico. Como artístico entonces comprenderíamos el hacer comunicativo sujeto a unas reglas de bien hacer, de hacer bien lo que se puede hacer de cualquier manera. O hacer mal, consecuentemente. Y, al mismo tiempo, lo que está creado para ser expuesto, convocando una comunicación, vivencia experimental con sentido crítico.
Nos basaremos en los textos críticos La Condición Humana (1958), de Hannah Arendt, en El Capital de Karl Marx (1863), concretamente en su Capítulo Primero, Libro Primero, Tomo I, así como en diversos textos y referencias. Todo gira entorno a los conceptos mencionados con especial hincapié en el término labor, como auténtico proceso creador, búsqueda de un bien hacer más allá del capitalismo y la esquizofrenia y que actualmente identificamos en la investigación y práctica artística.
Pero, ¿qué está bien hecho?¿qué mal?¿de qué tipo de diferencia estaríamos hablando?¿hablaríamos de trabajo cuando hablamos de arte?¿nos sirve el arte para conocer la diferencia, para saber distinguir?¿es el arte la manera más cercana a la realidad, por su síntesis crítica, de conocer la verdad sobre el trabajo?


En febrero de 1867

En febrero de 1867, poco antes de enviar el primer volumen de El Capital a la imprenta, Karl Marx le insistió a Friedrich Engels para que leyera La obra maestra desconocida, de Honoré de Balzac. Según le dijo, la historia era en sí una pequeña obra maestra, “repleta de la más deliciosa ironía”.
Desconocemos si Engels siguió el consejo de Marx. Si lo hizo, a buen seguro se percató de la ironía, pero también debió de sorprenderle que su viejo amigo hubiera disfrutado con la obra. La obra maestra desconocida narra la historia de Frenhofer, un gran pintor que dedica diez años de su vida a trabajar sin descanso en un retrato que revolucionará el arte al proporcionar “la más completa representación de la realidad”.
Cuando Frenhofer permite finalmente que otro dos artistas, Poussin y Porbus, inspeccionen el lienzo una vez concluido, estos quedan horrorizados al ver un revoltijo de formas y colores, amontonados unos encima de los otros sin orden ni concierto. “¡Ah!- grita Frenhofer, malinterpretando la expresión de asombro de sus colegas-, ¡no esperabais encontraros con tanta perfección!”. Pero luego acierta a oír que Poussin le dice a Porbus que Frenhofer descubrirá la realidad en un momento u otro; que ha pintado y vuelto a pintar tantas veces el cuadro que nada reconocible queda ya de él.

-Nada sobre mi tela- exclamó Frenhofer, mirando alternativamente a los dos pintores y su cuadro.
-¡Qué habéis hecho!- respondió Porbus a Poussin. 
El anciano agarró con fuerza al joven del brazo y le dijo:
-¡No ves nada, payaso!, ¡granuja!, ¡bellaco!, ¡canalla! ¿Por qué has venido aquí? Amigo Porbus –continuó, volviéndose hacia el pintor-, ¿acaso también vos me estáis engañando? Responded. Soy vuestro amigo, decidme: ¿acaso he echado a perder mi cuadro?
Porbus, indeciso, no osó decir nada; pero la angustia pintada en el rostro del anciano era tan cruel que señaló la tela y dijo:
-¡Mirad!
Frenhofer contempló el cuadro durante unos instantes y se tambaleó.
-¡Nada! ¡Nada! ¡Y pensar que he trabajado diez años!
Se sentó en una silla y lloró desconsoladamente.

Tras expulsar a los dos hombres de su estudio, Frenhofer quema todas sus obras y se suicida.
Según el yerno de Marx, Paul Lafargue, el relato de Balzac “le causó una profunda impresión porque era en parte una descripción de lo que él mismo sentía”. Durante infinidad de años, Karl Marx había trabajado arduamente en su obra maestra sin enseñársela a nadie, y en el transcurso de esa larga gestación, a quienes le pedían que les dejara ver la obra en curso solía responderles del mismo modo que Frenhofer: “¡No, no! Todavía tengo que darle unos retoques finales. Ayer por la tarde pensé que ya lo había concluido…Pero esta mañana, al verlo a la luz del día, me he dado cuenta de que estaba equivocado. ” 

La analogía nos es útil. La obra abstracta de la que habla el relato anterior resulta inútil en su momento al ser el resultado de una conquista inútil para ese momento histórico. La conquista del espacio-tiempo y del territorio de lo invisible. Así pues es una obra maestra avanzada a su tiempo, denostada en su momento, y analógicamente, en palabras de Karl Marx: “En lo tocante a mi obra, seré sincero contigo –le escribió a Engels en julio de 1865--. Cualesquiera que sean los defectos que puedan tener, mis escritos tienen la ventaja de que conforman un todo artístico.” 



Portada de la primera edición de El Capital, 1867.



En algún momento del siglo XIX

Si la fuerza de trabajo es en verdad una mercancía especialmente valiosa, cabría esperar que los empresarios compitieran entre sí para incrementar los salarios; de hecho, en épocas de pleno empleo puede darse el caso. Sin embargo, cuando los costes salariales aumentan, el señor Caudales descubre que invertir en maquinaria que permita ahorrar tiempo de trabajo, algo que en el pasado hubiera podido parecer antieconómico, adquiere pleno sentido económico, en especial si el empresario no puede prolongar la jornada de trabajo. Como escribe Marx, el impulso inmanente y la tendencia constante del capital son los de aumentar la fuerza productiva del trabajo para abaratar la mercancía y, mediante el abaratamiento de la mercancía, abaratar al obrero mismo.”

En teoría, las máquinas podrían aligerar la carga del trabajador, pero, según Marx, bajo un sistema de producción capitalista sus efectos son invariablemente malignos (aunque muy beneficiosos para el señor Caudales). (El capítulo sobre Maquinaria y gran Industria empieza con una cita de los Principios de economía política de John Stuart Mill: Es dudoso que todas las invenciones mecánicas hechas hasta ahora hayan aligerado la fatiga diaria de algún ser humano.) Al sustituir la fuerza humana independiente por su imponente capacidad productiva, la máquina deja al trabajador cada vez más subordinado al capital. La cualificación del obrero sufre una merma precisamente a causa de la naturaleza inhumana de los autómatas, y la capacidad de aquel para defender sus intereses aunando esfuerzos con otros trabajadores- por ejemplo, por medio de asociaciones sindicales- disminuye al tiempo que las máquinas se unen en una fuerza más poderosa aún. Se trata, como ocurre a menudo en El capital, de una imagen que parece salida de un cuento de horror: En el lugar de la máquina aislada aparece aquí un monstruo mecánico cuyo cuerpo lleno de enteros edificios fabriles y cuya fuerza demoníaca, oculta primero por el movimiento casi solemne mesurado de sus gigantescos miembros, estalla en la loca danza tempestuosa de sus innumerables y verdaderos órganos de trabajo .  


1957

La Tierra es la misma quintaesencia de la condición humana, y la naturaleza terrena, según lo que sabemos, quizá sea única en el universo con respecto a proporcionar a los seres humanos un habitat en el que moverse y respirar sin esfuerzo ni artificio. El artificio humano del mundo separa la existencia humana de toda circunstancia meramente animal, pero la propia vida queda al margen de este mundo artificial y, a través de ella, el hombre se emparenta con los restantes organismos vivos. 

Este hombre futuro -que los científicos fabricarán antes de un siglo, según afirman- parece estar poseído por una rebelión contra la existencia humana tal como se nos ha dado, gratuito don que no procede de ninguna parte (materialmente hablando), que desea cambiar, por decirlo así, por  algo hecho por él mismo. No hay razón para dudar de nuestra capacidad para lograr tal cambio, de la misma manera que tampoco existe para poner en duda nuestra actual capacidad de destruir toda la vida orgánica de la Tierra.  La única cuestión que se plantea es si queremos o no emplear nuestros conocimientos científicos y técnicos en este sentido, y tal cuestión no puede decidirse por medios científicos; se trata de un problema político de primer orden y, por lo tanto, no cabe dejarlo a la decisión de los científicos o políticos profesionales.


El concepto de trabajo está íntimamente relacionado con el concepto de construcción del mundo. En la expresión homo faber se resume la relación del hombre con el mundo desde el trabajo, siendo por el trabajo cuando el hombre “fabrica la interminable variedad de cosas cuya suma total constituye el artificio humano”. Las características fundamentales de este artificial mundo de cosas que el homo faber produce, son, según la interpretación arendtiana, la durabilidad; la utensilidad, o sea, el carácter de objetos para el uso, la objetividad, es decir, la oposición a la naturaleza,  y los corolarios de todo esto: la estabilidad y confianza, que permiten al ser humano, no sólo tener un referente que garantiza su identidad, sino sentirse a su gusto y protegido en su habitat o morada particular que es el mundo de cosas hechas por sus manos y que permanecen frente a los exuberantes y cíclicos cambios naturales. 

Volvamos a Marx, ya que el capítulo que Arendt dedica al trabajo en La Condición Humana resulta mínimo. Marx nos habla en El Capital, Capítulo Primero del Libro I, Tomo I, de la mercancía como producto del trabajo, introduciendo ya desde aquí la duda crítica al concepto de trabajo en el medio de producción capitalista cuando dice: Podría parecer que si el valor de una mercancía viene determinado por la cantidad de trabajo gastada en su producción, cuanto más holgazán y menos diestro sea un hombre, tanto más valiosa será su mercancía, puesto que tanto más tiempo consume en su elaboración. Pero el trabajo que constituye la sustancia de los valores es trabajo humano igual, gasto de la misma fuerza de trabajo humana. Toda la fuerza de trabajo de la sociedad que se representa en los valores del mundo de las mercancías rige aquí como una sola y misma fuerza de trabajo humana, aunque conste de innumerables fuerzas de trabajo individuales. Cada una de estas fuerzas de trabajo individuales es una fuerza de trabajo humana idéntica a las demás, en tanto posee el carácter de fuerza de trabajo social media, y actúa como tal, esto es, en cuanto en la producción de una mercancía no necesita más que el tiempo de trabajo necesario por término medio, o socialmente necesario. Tiempo de trabajo socialmente necesario es el tiempo de trabajo requerido para representar cualquier valor de uso con las existentes condiciones de producción socialmente normales y el grado medio de habilidad e intensidad de trabajo. Tras la introducción del telar a vapor en Inglaterra, por ejemplo, tal vez se requería la mitad de trabajo que antes para transformar una determinada cantidad de hilo en tejido. El tejedor manual inglés necesitaba realmente para esa transformación el mismo tiempo de trabajo que antes; pero el producto de su hora de trabajo individual no representaba ahora más que media hora de trabajo social y, por eso, descendía a la mitad de su antiguo valor.

Desde su llegada a Londres, Karl y Jenny Marx vivían una crisis doméstica tras otra. La pareja ya tenía tres hijos pequeños, y en noviembre de 1849 nació un cuarto. Tras ser deshauciados de un piso del barrio de Chelsea en mayo de 1850 por impago del alquiler, durante un tiempo encontraron refugio en la casa de un comerciante de encajes judío ubicada en Dean Street, en el Soho, donde pasaron un verano horroroso al borde de la indigencia, y después se trasladaron a un alojamiento más permanente en un bloque de pisos situado en la misma calle. Jenny se quedó embarazada de nuevo y siempre estaba enferma. Engels acudió en auxilio de la pareja sacrificando sus ambiciones periodísticas en Londres y regresando a las oficinas de Ermen & Engels en Manchester, donde trabajó durante los veinte años siguientes. Aunque con esto Engels se proponía ante todo ayudar a su brillante e insolvente amigo, también desempeñó la función de agente tras las líneas enemigas, pues se dedicó a enviarle a Marx detalles confidenciales sobre el comercio de algodón y observaciones técnicas sobre el estado de los mercados internacionales, así como envíos regulares de dinero, extraído en secreto de la cuenta de gastos menores o sacado con astucia de las cuentas bancarias de la empresa.
Pero, pese a estas ayudas económicas, los Marx continuaron viviendo en la miseria y al borde de la desesperación. Todos los muebles y utensilios del apartamento de dos habitaciones en el que vivían estaban rotos, cochambrosos o hechos pedazos, y una gruesa capa de polvo lo cubría todo. Toda la familia –los padres, los hijos y la sirvienta- dormía en una minúscula y oscura habitación, mientras que la otra servía de estudio, cocina y sala de juegos para los niños.
 (…)
Esta existencia caótica se veía sacudida por frecuentes tragedias familiares. El menor de los Marx, Guido, murió repentinamente en medio de fuertes convulsiones en noviembre de 1850; Franziska, de un año de edad, falleció en la Semana Santa de 1852 tras un fuerte ataque de bronquitis, y otro de los niños, su amado Edgar, murió de tisis en marzo de 1855 .


25 de agosto de 1779

El 25 de agosto de 1779, cuando tenía sólo 22 años, Jeremy Bentham se embarcó hacia Rusia para buscar fortuna. Rusia era, por aquel entonces, una tierra llena de oportunidades. Las reformas emprendidas por la emperatriz Catalina la Grande habían convertido el país en un foco de atracción para los aventureros de toda Europa, y especialmente para los ingleses que desde el siglo anterior habían sustituido por completo a los holandeses en el comercio por los mares del norte. Dando un pequeño rodeo por los Países Bajos, Prusia y Moscú —para ver un poco de mundo— Bentham llegó, a principios del año 1780 a San Petersburgo donde tomó contacto con la floreciente colonia inglesa y comenzó a cultivar las relaciones necesarias para procurarse una colocación apropiada. A pesar de su juventud, prácticamente desde su llegada Bentham tuvo numerosas ofertas de empleo —ya que se trataba, al fin y al cabo, de un inglés con conocimientos técnicos de inestimable valor en un país tan atrasado como la Rusia de la época—, pero ninguna de ellas le pareció lo suficientemente atractiva y prefirió tomarse algún tiempo para viajar por aquellas inmensas extensiones —que era el segundo de los motivos que le habían llevado hasta el país. 
En verano de ese mismo año recorrió junto al famoso aventurero americano William Eaton la Rusia Blanca (Bielorusia) y la Pequeña Rusia (Ucrania), así como las recientemente adquiridas provincias de la costa del Mar Negro, donde visitó las obras del puerto de Kherson —la cabeza de puente del "proyecto griego" elaborado por Catalina la Grande y el príncipe Grigori Potemkin.
Durante el año siguiente viajó a Siberia, atravesó los Urales y llegó hasta la China, donde pasó un mes en puerto de Nerchinsk estudiando los métodos orientales de fabricación de barcos. A su regreso a San Petersburgo en octubre de 1782, ante las dificultades que encontraba para hallar una ocupación que fuera de su gusto se planteó incluso la posibilidad de regresar a Inglaterra. Sin embargo, a principios del año siguiente dio comienzo una apasionada relación entre Bentham y la condesa Sophia Matushkina, sobrina del Gobernador de San Petersburgo —el Mariscal de Campo Alexander Golitsyn— que, dada la natural desaprobación de este último, acabó convirtiéndose en una entretenida intriga, moderadamente escandalosa, que sirvió, durante algún tiempo, para solaz de la corte y llegó hasta los mismos oídos de la Emperatriz (gran aficionada al género). 
Fue entonces cuando Bentham atrajo la atención de Catalina, quien leyó —al parecer por sugerencia de Potemkin— un ameno escrito suyo en el que se hacían distintas propuestas para mejorar las instalaciones mineras rusas y modernizar las salinas. 
En marzo de ese año Bentham se entrevistó con la zarina y poco después ofreció formalmente sus servicios a la corona. Finalmente —ante las escasas esperanzas de su romance con la Matushkina, y obligado en parte por la precariedad de sus recursos (una vez que se había visto reducida la asignación paterna)— acabó aceptando un puesto bastante por debajo de sus expectativas como encargado de minería y siderurgia en la región de Olenc, con el grado de teniente coronel. Poco después fue trasladado a las obras del canal de Fontaka donde permaneció algún tiempo dedicado a tareas burocráticas. Sin embargo, al año siguiente Bentham recibió una oferta del propio Príncipe Potemkin —por entonces uno de los personajes más poderosos de Rusia— para trabajar en los astilleros del puerto de Kherson. Bentham acompañó al príncipe en un viaje por Crimea al término del cual Potemkin — impresionado, sin duda, por el talento del joven— le ofreció finalmente hacerse cargo de la administración del estado de Krichev, que había sido puesto recientemente por la zarina bajo su protección —tras sustraerla, previamente, de la de Polonia—. 
El proyecto de Potemkin era el de crear en Krichev —región situada al norte de Kiev, a las orillas del Dnieper— un gran centro industrial que sirviese como foco de difusión de las técnicas artesanales y de los métodos de producción modernos. Un faro que debía alumbrar a toda Rusia. Para ello el príncipe puso en marcha en su estado numerosas manufacturas en donde se producían todo tipo de bienes (especialmente objetos de lujo). En Krichev se fabricaban enseres de cuero, tejidos, porcelanas, espejos (los mejores de Rusia) y también suministros navales que eran después trasladados en barcazas por el Dnieper hasta los astilleros de Kehrson —donde debía construirse la flota con la que Potemkin arrebataría de las garras de la Sublime Puerta el dominio del Ponto Euxino—. A partir de agosto de 1784 Bentham pasó a ocuparse de la supervisión de las manufacturas y de la construcción de las barcazas que navegaban por el Dnieper. Pero a lo largo de los dos años siguientes fue haciéndose cargo también de unas funciones que iba mucho más allá de sus iniciales obligaciones, y desarrollando una intensa labor constructiva, organizativa y pedagógica en toda la región, pasando, prácticamente, a encargarse de su administración y de su gobierno —e incluso de su defensa, para lo que Potemkin le puso al mando de una compañía del ejercito imperial a la que debía además instruir para que sirvieran como infantes de marina—. Se trataba de territorio que abarcaba más de 100 millas cuadradas ("como un condado de Inglaterra" a decir de Bentham) y en la que vivían unos 40.000 siervos: una población que estaba compuesta por una mezcla de rusos, alemanes, cosacos del Don, polacos católicos, judíos polacos y, ahora también: ingleses —dado que la marcada anglofilia de Potemkin le llevó a estimular la creación de una nutrida colonia inglesa en Krichev—. 
Durante aquellos años Bentham se vio urgido por el príncipe a reclutar en Inglaterra —a través de anuncios en la prensa— a un equipo bastante numeroso de artesanas y artesanos cualificados, técnicos y expertos de todo tipo que debían encargarse de la instrucción de los operarios locales, los cuales serían, después, por su parte, quienes formasen a otros artesanos por toda Rusia La idea del Panóptico —del "Elaboratory" o "Inspection House"— surge, precisamente, en este contexto. El artesano cualificado, situado en el lugar central, podría controlar así más fácilmente los posibles errores y desviaciones de los aprendices y corregirlas en el acto. Al mismo tiempo, estos últimos únicamente podían tomar como modelo al maestro, previéndose así la adquisición de malos hábitos procedentes de sus compañeros.

  


Jeremy Bentham, “A General Idea of a Penitentiary Panopticon”, 1787. 



En 1785

     En 1785, el hermano menor de Jeremy, Samuel, viaja a Rusia para visitar a su hermano, con el fin seguramente de buscar fortuna incentivado por su hermano. Como sostiene la historiografía y sobretodo el trabajo de investigación de Philip Steadman, del University College London, la aplicación del modelo panóptico a la arquitectura habría tenido origen no en la hiperdesarrollada mente de inventor de Jeremy, a quien es atribuido, sino a la formación en arquitectura e ingeniería de su hermano Samuel. Si bien a Samuel no le había ido bien la aplicación en arquitectura de las ideas del panóptico en su Inglaterra natal.
     Teniendo en cuenta los respectivos caracteres de los dos hermanos, tiene sentido pensar que Samuel debía haber sido el autor del "principio de la inspección». Jeremy fue el filósofo y teórico, académico y solitario. Samuel era extrovertido, amable y persuasivo, había estudiado ingeniería y las ciencias, y sobre todo fue dotado de una fértil creatividad mecánica. La lista de sus mejoras, invenciones y patentes, la mayoría de ellas relacionadas con el arte de la construcción naval, se ejecutan en varias páginas. En Rusia tuvo a Potemkin impresionado con un transporte anfibio convertible en un barco, construido en parte con sus propias manos, en el que recorrió el país por carretera y ríos.

                            

El Acorazado Potemkin, Sergei Eisenstein, 1925.    

      
En septiembre de 1897

             Al final resultó que, Samuel tuvo una segunda oportunidad de hacer realidad su taller panóptico. En 1805 la Armada le ofreció la oportunidad de regresar a Rusia para construir buques de guerra allí para Gran Bretaña, que él aceptó. Negoció un acuerdo con el ministro ruso de Marina que por cada buque británico construyó él produciría otro de diseño similar para Rusia. El zar Alejandro sin embargo vetó el uso de la madera para la construcción de buques extranjeros: en un esfuerzo por complacerlo, Samuel se ofreció para construir una Escuela de las Artes en el río Okhta en San Petersburgo, en la que los artesanos y carpinteros fueran para ser entrenados. Los reclutas irían a trabajar allí en la fabricación de equipos y suministros para la marina rusa incluyendo ropa, artesanía en madera, lona y los instrumentos de navegación. En septiembre de 1807 la construcción estaba casi terminada bajo la supervisión de Samuel; entonces la guerra zar declarado en Gran Bretaña y Samuel tuvo que regresar a casa de nuevo. El edificio acabó por no levantarse.
                        





Escuela de las Artes de Samuel Bentham en San Petersburgo (no construída). 



                            Tenemos pues que en el origen del Panóptico de los hermanos Bentham, Samuel especialmente, está el control por medio de la luz, y que este control es ejercido desde una posición única que puede ser ocupada únicamente por una persona. En las mismas palabras de Foucault, el modelo arquitectónico panóptico responde a un anti caverna platónica, no ayuda a descubrir el mundo, sino a desimaginarlo. En el edificio totalitario, la luz no sirve para descubrir la libertad, sino que su función es el dominio total con la consecuente privación de libertad. La función educativa primigenia de control subyacente a la capacidad de vigilancia, sí, pero también aprendizaje de unos estudiantes en relación a otros, se transforma en una función de dominio y control absolutos, paradójicamente directamente proporcional también a la búsqueda de rentabilidad y uso del tiempo.


      


Primeros esquemas de Jeremy Bentham para la casa-industria. 
Works of Jeremy Bentham, 1787.



         En efecto, el objetivo de los Bentham fue éste desde el principio. No sólo se trataba de crear un espacio para el control, sino que toda la vivencia de ese espacio debía basarse en el autocontrol. Los obreros no sólo debían trabajar en la casa-industria, sino que debían vivir en ella. En el esquema anterior vemos los distintos esquemas del edificio circular y, así mismo, se nos muestran los ejemplos de vivienda y camas para los distintos modelos familiares. 
Clara y administrativamente se nos indica el lugar que debe ocupar cada integrante de la casa-factoría: 2000 habitantes de todas las edades. El esquema del dominio absoluto ya ha sido imaginado.
Aunque  el panóptico de Bentham se identifica normalmente con ese sistema de vigilancia penitenciaria que parece ser ya por sí mismo un castigo, no deja de ser curioso el hecho de que cuando Bentham lo ideó —durante su estancia en Rusia en los años ochenta del siglo XVIII— lo hiciera pensando en unas aplicaciones bastante diferentes: la transmisión de los conocimientos, el cultivo de las artes, la difusión de los saberes y, concretamente, de los saberes de tipo técnico y de las prácticas artesanales.
Ciertamente ese aprendizaje implica el sometimiento a una disciplina, requiere la adquisición por parte de un ser biológico de unos hábitos o habilidades que ha de interiorizar hasta el punto de poder llegar a realizar ciertas acciones (a menudo extraordinariamente complejas) sin el concurso de la reflexión, de un modo puramente reactivo o mecánico. Pero, aun así, por más que una escuela técnica, un taller, o una fábrica puedan llegar a parecerse mucho o incluso a ser iguales —en ese sentido— a un reformatorio o a una prisión panóptica, tampoco parece que pueda decirse por eso que sean exactamente lo mismo. 
De hecho aunque Bentham concibiera el "principio de la inspección central" para aplicarlo en una institución como la del "Elaboratory" —pensada para poder formar, lo más rápidamente posible, a los atrasados operarios rusos en las más avanzadas técnicas de manufactura y desarrollar así la pobre infraestructura productiva de aquél país—, al final —y llevado, seguramente, por su mentalidad utilitarista— acabó sustituyéndolo por otro mucho más eficiente, por un principio organizativo articulado también entorno a un eje central a cuyo alrededor tenía lugar un complejo proceso de modelado, inscripción y transformación cuyo resultado eran unos productos enteramente despersonalizados, totalmente homogéneos y enteramente intercambiables. Bentham ideó, diseñó, construyó y puso en funcionamiento (en su propia casa de Queen Square Place en Londres) el primer sistema mecánico de fabricación en serie de piezas estandarizadas accionado por una máquina de vapor, y fue también el responsable de la introducción en los astilleros de la Royal Navy de las primeras máquinas de este tipo, unas máquinas que hicieron de los Portsmouth Block Mills —las instalaciones construidas bajo su dirección en los Portsmouth Dockyards en Portsmouth, Hampshire, Inglaterra— la primera industria moderna conocida, y en el modelo de todas las que habrían de venir después. 


       
Block making machinery en los Porthsmouth Block Mills, Porthsmouth.




Fitzcarraldo, Werner Herzog, 1982 (fragmento).


Iquitos, 21/8/79 “Por la mañana las gamuzas no paran, por la noche descansan.”, me ha dicho Walter mientras desayunábamos. Pese al proverbio, el ambiente está tenso y voy a tener que despedir a algunas personas, sobre todo a Alban, el escultor, que tenía que entregar la figura de la proa hace ocho días. Lo había prometido, pero resulta que todavía ni ha conseguido la madera para hacerla. Furioso, he ido a verlo y le he pedido explicaciones. Sí, tiene la madera, me ha asegurado, y también me la ha mostrado. ¿Por qué no empieza entonces de inmediato con el trabajo? La madera tiene que secarse primero, pero mañana tendrá lista la figura. He querido saber cuánto necesitaba la madera para secarse. ¿Una semana, un mes, dos años? No, tanto no, ha dicho con decisión. ¿Cuál será entonces el próximo paso? Primero va a tallar la madera en el torno grande. He hecho que me mostrara el torno, y con un solo vistazo me he dado cuenta de que era un trasto inservible con el eje central roto. ¿Podría suplantar el eje? Sí, inmediatamente. ¿Qué significaba eso de inmediatamente? Bueno, había que traerlo de Miami, de ahí venía el torno. Pero también podía tallar la figura sin torno, sólo que tardaría un poco más, pero muy poco. Hemos marcado a lápiz los días y las semanas en un pedazo de madera y he sumado: según mis cálculos, en el mejor de los casos podremos contar con el mascarón en tres semanas, más realista sería decir de cinco a seis semanas. Alban me ha mirado entonces con una expresión de sonámbulo y ha dicho que no, tanto no, nunca. ¿Cuándo terminaría? Ha alzado la vista al cielo en profundo éxtasis, como un santo de la escuela de los nazarenos, y ha exclamado ¡mañana! .
 



Fitzcarraldo, Werner Herzog, 1982 (fragmento)


We state a difference between labor andwork; we think that this   difference ought to beobserved in all writings on political economy. Laboris the opposite of capital, work is human activityfor the purpose of useful production. Laboris working force employed by capitalists and exploitedby them; work is a much more general and comprehensive expression. Labor is at war withnatural laws, with the destiny of mankind, beinginvoluntary work for others. The term work oughtto be reserved for voluntary activity to one’s ownboat, and the welfare of society.
by Dr. A. Douai

Published in Workmen’s Advocate [New Haven, CT], vol. 3, no. 17 (April 23, 1887), pg. 1.


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[1] Wheen, Francis, La historia de El Capital de Karl Marx, 2006, Debate, Barcelona, Pp. 11-17.

[2] Wheen, Francis, La historia de El Capital de Karl Marx, 2006, Debate, Barcelona, Pp. 69-71.

[3] Wheen, Francis, La historia de El Capital de Karl Marx, 2006, Debate, Barcelona, Pp. 38-39.

[4] Todo este fragmento está sacado de la fuente http://www.filosofia.net/materiales/pdf23/CDM41.pdf

[5] Herzog, Werner, Conquista de lo inútil, Blackie Books, Barcelona, 2004, P.55





CÉSAR NOVELLA ALBA
COMISARIO