La
organización:
Una reflexión activista post15M sobre el
comunal político
Intro
Cibergolem es un heterónimo colectivo que desde la publicación de “La
quinta columna digital” (Gedisa, 2005) ha venido trabajando sobre cibercultura
y política desde una perspectiva crítica. En 2011 publicó en la revista
Teknokultura el artículo “El 15M y la quinta columna digital. Comentarios para
un laboratorio estratégico” sobre la expectativa política del movimiento
indignado. El presente texto es un apéndice dedicado al candente problema de la
organización. Cumplidos ya 3 años de la irrupción del 15M, la invitación en
2013 del blog Maslow Exercices se
convierte así en la ocasión propicia para abordarlo por vez primera, como texto
preparatorio (o exploratorio) al proyecto Walker/Caminante. Esperamos que el lector, a pesar de su
carácter provisional y especulativo, pueda disfrutar de sus posibles hallazgos.
El fracaso del movimiento indignado
“La organización”… La razón de que el título de este texto suene ominoso es
que los últimos años de movilizaciones desenfrenadas nos hemos malacostumbrado
a evitar deliberadamente este problema central del activismo. Pues al hablar de
la organización no queremos
referirnos a ninguna misteriosa entidad clandestina sino a la forma interna de
los grupos activistas y a la estructura externa que los puede conectar. Como
señaló L. Wittgenstein “la forma es la posibilidad de la estructura”, y esto es
justamente lo que buscamos: la forma o formas que pueden generar una estructura
activista capaz de asumir los retos políticos de la difícil situación actual.
La organización es, de hecho, una de las razones fundamentales del fracaso
(provisional) del 15M y del movimiento indignado; su incapacidad para adoptar
una forma organizativa coherente y operativa -que es también una forma
política- capaz de articularse tanto interna como externamente. No ha sido la
carencia de ideas o de programa lo que ha provocado el desfallecimiento y
dispersión –el efecto soufflé- de esta corriente que irrumpió con inusitada
fuerza en 2011 y que, si bien, ha impregnado organizaciones de nueva
generación, no ha sabido crecer políticamente. Al contrario, el problema es que
la claridad de sus planteamientos y demandas no ha encontrado un modelo
organizativo adecuado para canalizar su energía. Es por ello imperativo que si
se quiere recuperar ese impulso se analice el problema candente, aplazado, de
la organización del 15M o de lo nuevos movimientos sociales por venir.
Crítica a la tecnopolítica
La primera cuestión previa es el fiasco de la tecnopolítica. El error de
considerar al movimiento 15M como un producto de la tecnofilia global, por el
hecho de utilizar las redes como uno de sus herramientas principales. Como
declara César Rendueles, deslizando una verdad en una broma: “El 15M se produjo
–o se está produciendo- a pesar de internet y de los medios de comunicación”.
El impulso que las redes han ofrecido al 15M nos ha conducido al espejismo de
creer que este era un movimiento esencialmente tecnopolítico y, peor aún, que una
suerte de nueva (tecno)política insurgente cambiaría sustancialmente la
situación. Reconocer lo que de novedoso y útil tiene la tecnología no debe
llevarnos a reincidir en la creencia en la doctrina pseudoreligiosa,
tecno-hermética y salvífica del digitalista
que pretende controlar nuestras vidas y nuestras rebeliones desde el sistema de
lo que L. Mumford llamaría “la megamáquina”.
En este sentido, ha habido también un acrítico y mitológico culto hacia la
idea de la ‘inteligencia colectiva’ (en conexión, en red, etc.), incluso en su
forma política de ‘multitud’ (Michael Hardt y Toni Negri) que nos ha impedido
teorizarla, articularla y practicarla de manera coherente y eficaz. Esto es, no
ha habido un verdadero desarrollo estratégico de los nuevos conceptos
activistas relacionados con la cibercultura, sino un mero despliegue retórico,
irresponsable y autocomplaciente, de cierto discurso narcótico sobre una
hipotética revolución digital(ista) que no ha llegado ni llegará.
La política como comunal
La segunda cuestión capital es que antes de abordar un posible modelo de
organización es preciso encontrar una filosofía que inspire las nuevas formas
de organización que necesitamos.
La constatación reiterada desde el activismo es que frente a la rocosa
fortaleza del modelo organizativo jerárquico, la mera adopción de prácticas
horizontalistas resulta insuficiente y a menudo frustrante. Ya sean colectivos
informales o pseudopartidos tecnopolíticos (lastradas de digitalismo), las
organizaciones llamadas a abordar la titánica tarea de regenerar la sociedad y
la política nada tienen que hacer. El pequeño David activista no derribará al
poderoso Goliat de los poderes fácticos con la sola fuerza de su onda digital…
No nos basta ya con proclamar que “no nos representan”, o lo que es lo
mismo, reconocer que la ‘forma-partido’ ha caducado incluso como fórmula
insurgente (así Lenin, aunque según Zizek hay que “repetir Lenin”), porque la
nueva organización no encuentra un modelo capaz de superarlo, lo que permite al
partido sobrevivir cómodamente en su agonizante hegemonía.
No vamos a distraernos polemizando sobre las diversas formulaciones que
circulan en ámbitos activistas sino, tan solo, presentar aquella filosofía que
desde nuestra experiencia ha de inspirar –y está inspirando, de hecho- el nuevo
modelo de organización: la política como comunal.
La idea de que el comunal (ahora se publicita como ‘procomún’, ignorando a
menudo su vernácula antigüedad) constituye un régimen de organización social y
económica no es novedosa pero sí su recuperación como principio de organización
política.
Lo que ha faltado a la multitud –esa ‘masa’ postmarxista- es la noción y la
práctica política del comunal, que ya ensayaron nuestros antepasados, que se
utiliza todavía en ámbitos rurales, y que es todavía el sustento de las
comunidades de raíz tradicional en todo el planeta.
La organización comunal como el espacio regulado por los derechos y deberes
que vincula libremente a todos sus miembros, en el reparto de trabajo y de la
riqueza así como en la toma de decisiones, es un modelo de probada eficacia que
debemos explorar sin equívocos.
El equívoco que ha funcionado hasta ahora ha sido la confusión del comunal
con el ‘bien de libre acceso’, de uso público pero no vinculado a un compromiso
de los individuos con su comunidad y la sostenibilidad del comunal (el mismo
que ya sirviera de base para la errada crítica de Garrett Hardin en “La
tragedia de los bienes comunes”). Efectivamente, lo que han fracasado son los falsos comunales políticos como formas
germinales e inmaduras, precarios espacios políticos de libre acceso. Espacios
efímeros para el uso sin compromiso, abiertos a la deserción y al conflicto
interesado, sin perspectiva de estabilidad ni de continuidad. En definitiva,
formas de quemar, de esterilizar la política de la rebelión, de practicar una
no-política que se queda solo en el folklore contestatario, en formas de
‘política líquida’ que se escapan por los sumideros del poder.
El genuino comunal político –como lo fuera el comunal de la tierra y los
bosques- no puede ser una mera preferencia, sometida al capricho temporal, un
frágil lazo tecnopolítico desde facebook o twitter, sino un compromiso vital,
de tareas, saberes, afectos y cuidados mutuos: vinculantes, exigentes, placenteros…
En definitiva, la opción por un estilo de vida, el estilo del activista, de un
nuevo ‘activista comunalista’, del que hablaremos más adelante.
Sin concepción comunal de la política y sin comunalismo político en todos
los niveles, no podremos gestionar el potencial insurgente de la participación
ciudadana, que acaba manipulada por las instituciones en reductos y fórmulas
bajo su estricto control.
Si deseamos que la organización funcione en claves transformadoras, hemos de
desarrollarla como comunal, para poder convertir progresivamente a la misma
democracia en ese gran comunal constituyente, capaz de ir abriendo la espita de
los cambios profundos.
Hacia un
modelo de organización comunal
No disponemos todavía de algo parecido a un nuevo modelo prediseñado de
organización comunal, nada tan acabado como el organigrama del viejo partido
(tanto da si se pretende revolucionario o conservador, de izquierdas o de
derechas). Pero carecer todavía de modelo –incluso complacernos en esta
carencia repleta de posibilidades creativas- no nos impide atisbar algunos
rasgos, que nos han ido enseñando las nuevas prácticas activistas de perfil
comunalista.
Decimos que la organización ha de ser un comunal político y no un simple
espacio de libre acceso, lo cual nos indica no que deba ser un ámbito cerrado,
pero sí que una vez que se accede a este, se adquieren una serie de
compromisos, al menos mientras se participe en su interior.
En este sentido, es preciso establecer, como en cualquier juego humano en
serio, unas reglas, más o menos tácitas o explícitas, que sobre una base común
sean modificables pero al mismo tiempo claras y operativas. No se trata de
asfixiar al comunal político legislando desde su mismo nacimiento, pero sí de
establecer unas pautas elementales, conocidas y aceptadas por todos, conforme
sea necesarias establecerlas. Frente a la idea, falsamente libertaria, de que
no hace falta reglas si hay una sintonía espiritual en el grupo, hay que
afirmar la necesidad de ciertas reglas, pues como señala sabiamente el poeta
Mario Benedetti: “¡Cómo hacerte entender que nadie establece normas, salvo la
vida!”.
Cuáles sean esas reglas exactas no es nuestro cometido en un cometario
genérico como este sobre la organización, pero la estructura de todo comunal ya
marca también algunas diferencias significativas que hay que asumir en su
versión política. Intentaremos destacar algunas de las que, en esta fase
inicial de la reflexión, nos parecen más importantes:
- La
horizontalidad de los miembros del comunal político no significa que de
manera temporal no se hayan de adquirir ciertas responsabilidades, siempre
bajo supervisión y al servicio del comunal.
- El
consenso en la toma de decisiones solo tiene sentido como regla básica si
se convierte en un sincero e incansable esfuerzo colectivo, incluso cuando
hay que buscar fórmulas de compromiso fuera del consenso.
- El
reparto de tareas según capacidades sigue siendo la fórmula más eficaz
para cultivar el comunal, obviamente siempre abierta a las aportaciones
colectivas.
- Sin el
cuidado mutuo entre los componentes del comunal, no hay comunal posible,
formado por personas de carne y hueso, que resista las malas coyunturas…
Por último hay que reconocer que no hay comunal perfecto ni eximido de
graves errores que puedan llevarlo a la ruina. A menudo, por buena que sea la
gestión interna del comunal, si no hay una apertura al resto de organizaciones
externas (comunales o no), ni se ha creado una coordinación o asistencia real
entre comunales, se puede caer en cierto autismo. El problema doble que ya
advertíamos sobre la forma y la estructura, con todos sus niveles de
complejidad, ha de ser abordado desde el nacimiento del más humilde comunal
político.
Se ha abusado de la idea tecnopolítica de la red creyendo que la mera existencia de canales técnicos de
comunicación es una garantía de eficacia, pero se cae en el mismo error ya
denunciado sobre el comunal: considerar la red como un bien de libre acceso
social y no como un comunal político. Si la red por distribuida que sea no es
un verdadero comunal, acabará colapsando y desaparecerá, sin capacidad de
regenerarse en nuevos espacios o redes. En este sentido parece clara la opción:
o convertimos a la red en un comunal de comunales o no sobrevivirán ni la red
como herramienta política ni los incipientes comunales políticos que vayan
surgiendo.
Por otra parte, insistiendo en nuestra crítica a la perspectiva
teconopolítica, no puede haber ni comunal ni red de comunales (ni si quiera
digitales) solo como espacio virtual, o con un espacio presencial marginal. Sin
un equilibrio en el flujo cíclico virtual-presencial, los comunales políticos
del siglo XXI fracasarán convertidos en logias digitalistas cada vez más
excéntricas.
Estas son algunas de las características que se adivinan en el panorama del
comunal político, y que pueden servir para caracterizar cualquier tipo de
organización siempre y cuando reconozca su carácter intrínsecamente político,
esto es, que consideren que la soberanía y la riqueza es común y para el común.
Desde un colectivo social hasta postpartido político, incluso una empresa
cooperativa, pueden adoptar el enfoque del nuevo comunal político.
No obstante cantar las alabanzas del comunal político como nueva
organización emergente, no puede hurtarnos de consignar la expectativa de la
transitoriedad de toda empresa humana, incluida la del comunal. Aunque nos
anima la idea de contribuir a transformar los inestables movimientos políticos
en comunales políticos sostenibles, debemos estar abiertos al fracaso y a la
clausura como dinámica positiva y enriquecedora.
Lo decisivo no es el mantenimiento de este u otro comunal político, sino la
propia práctica comunal/lista capaz tanto de abrir comunales como de cerrarlos.
Por ello, es condición del comunal político la atención a la crítica externa
y la autoevaluación, tanto para la renovación del comunal como para que ese
cierre no sea traumático y signifique la reapertura de lo nuevo…
Del activista
comunalista
Cuando hablamos de la organización de manera abstracta a menudo corremos el
riesgo de olvidarnos de las personas que han de formar parte de ella. En este
sentido, no vamos a proponer un modelo ético pero nos gustaría rescatar algo
del espíritu de aquellos tratados renacentistas que proponían modelos de acción
política (quizá una especie de anti-Maquiavelo para el ciudadano), pues la
nueva organización necesita del ejemplo del nuevo activista -un cierto activista comunalista- sin el cual no
sería posible el comunal político. No queremos decir con ello que este
activista comunalista haya de ser un joven, sino que joven o viejo ha de
convertirse en un nuevo tipo de activista, tan alejado de aquellos viejos
activistas sociales apolíticos como de los voluntarios del tercer sector o los
militantes de los partidos convencionales.
Tampoco queremos abundar en la mística del activista individualista, pues
hemos de reconocer que ser un activista comunalista supone un compromiso vital
con el comunal político y con la sociedad, ese bien social de libre acceso que
se quiere articular como gran comunal político. Un activista comunalista ya no
puede ser un performer ocasional pero tampoco un community manager sino, en
todo caso, una persona corriente que sencillamente acepta y cumple con el
comunal, honesta y fielmente, en todo momento y a lo largo de su vida. Sin
martirios pero sin desmayos, mientras dure el comunal, intentando nutrir la
vida natural del comunal.
La imagen que nos viene a la mente sobre el activista comunalista es doble;
por un lado la de un campesino que cultiva y cuida del comunal toda su vida
para trasmitirlo a la siguiente generación y, por otra, la de un viajero que
nunca deja de caminar, aunque se detenga con frecuencia. Y si buscáramos una
síntesis de ambas, el activista comunalista sería como el caravanero que se
convierte temporalmente en campesino, un nómada que va roturando
progresivamente los campos al lado del camino hasta convertirlos en tierras
políticamente fértiles. Más allá de las metáforas, el activista comunalista es
aquel ciudadano que crea y cultiva comunales políticos y extiende el
comunalismo político, como proyecto vital y colectivo.
Un comentario
quintacolumnista sobre el reto de los movimientos políticos
El debate sobre la organización no por pertinente desde hace tiempo deja de
tener, en estos momentos, una urgencias concreta: la situación política y
social en la coyuntura de una crisis sistémica.
Tras la disolución de la falsa expectativa del 15M como vanguardia política
(de hecho se ha asentado como una retaguardia), han surgido diferentes
proyectos de articulación política de ese impulso social, que de una forma u
otra han abordado el problema de la organización. Han surgido desde iniciativas
de confluencia a partidos políticos de nuevo cuño; Alternativas desde abajo,
Convocatoria, Frente Cívico, el Partido X, En Red, etc. Un proceso de
reconversión política sumamente rico que, en alguna medida, pretende enfocar el
problema de la organización a la hora de pasar del puro movimiento social a la
organización política de nueva generación.
No vamos a analizar las diferentes modalidades más o menos consolidadas
pero sí advertir que en la medida que materialicen el modelo básico de la
política como comunal, podrán desarrollar verdaderamente una nueva política.
Es obvio que los viejos partidos se hallan en crisis tanto como que los
movimientos sociales no han sabido dar todavía un necesario salto cualitativo
de carácter político. Quizá, entre otras razones, por que nos faltaba un modelo
de organización diferente capaz de abordar los el vértigo de los nuevos retos.
Pues no se trata de flexibilizar ligeramente los partidos políticos, adoptando
las listas abiertas, ni tampoco de reglamentar en exceso a los movimientos
sociales para desvirtuarlos. Es preciso repensar la organización del partido o
del movimiento para poder generar los nuevos espacios políticos o politizados
que necesitamos, a todos los niveles y en todos los ámbitos. Y descender a los
orígenes de la democracia –de lo democrático incluso más allá de lo griego-
para deconstruir la organización y poder volver a montarla como comunal
político, sea partido u otra forma.
En este trabajo colectivo podremos encontrar cambios sorprendentes pero
también resistencias, que hemos de saber aprovechar. Va a ser sin duda un
proceso largo y complejo, que no se va a resolver para las próximas elecciones
ni nos va a sacar con fáciles recetas de la actual crisis.
¿Cómo será la nueva organización? No creemos que a pesar de estar inspirado
en el nuevo modelo comunal tengamos que desarrollar una única fórmula. Los
periodos de transición como el que vivimos nos van a ofrecer una sucesión de
versiones –quizá a menudo aparentemente contradictorias- del comunal político;
en ese sentido lo importante es que el impulso del proceso fluya con fuerza y
nos permita obtener frutos cada vez mejores.
Se habla de partidos que no se presenten a las elecciones, de candidaturas
ciudadanas, de movimientos que presionen políticamente, de postpartidos
tecnopolíticos, incluso de utilizar viejos partidos como catalizadores de
movimientos sociales, etc. No hay fórmula perfecta ni definitiva sino
experiencias de inspiración comunalista que irán definiendo la organización
conveniente en cada coyuntura o lugar.
No obstante, lo que sí tenemos claro es que sobre la base del comunal
político la urgencia del momento nos exige probar esa organización imperfecta
para poder iniciar un proceso de cambios significativos. En esta tarea la
creación de espacios de encuentro y nodos de confluencia entre diferentes
sensibilidades va a ser fundamental. Sólo desde un amplio impulso colectivo se
va a conseguir avanzar. Hay que abandonar los maximalismos, la homogeneidad y
el sectarismo y buscar lo radicalmente común en el comunal, no tanto en los
contenidos previos como en las formas democráticas de relación y trabajo.
En este país nos vamos a encontrar resistencias formidables por parte de
las estructuras anquilosadas de los partidos pero también de la inmadurez
política de los movimientos sociales, nostálgicos del happening del 15M.
Nuestro primer objetivo ha de ser superar esa doble barrera para crear un
primer nivel de comunales sociopolíticos capaz de abordar los retos políticos
que ya tenemos en el horizonte, aunque todavía no alcancen a generar una
expectativa electoral. Y no importará tanto su fragilidad o precariedad como
que se presenten bajo la clave de la unidad de acción global, hacia la red
comunal -el comunal de comunales-, la estructura comunal de la política que ha
de constituir una democracia participativa.
No podemos finalizar nuestra reflexión sobre el comunal político sin
insistir en la perspectiva quintacolumnista del mismo. Las expectativas de
ruptura democrática que han de provocar los nuevos comunales políticos solo
podrán producirse, si no queremos caer en el delirio de la utopía, en el
interior del propio sistema. De ahí que sea preciso entender todo este trabajo
como la urdimbre de una nueva institucionalidad –ajena al imaginario
revolucionario de la toma del Palacio de Invierno- capaz de hacer confluir a
toda la ciudadanía en la construcción de su propio Caballo de Troya.
Contribuyendo al comunalismo político
Existen muchas formas de contribuir al incipiente comunalismo político.
Pero en estos momentos críticos hay dos que nos parecen especialmente útiles:
participar de manera activa en los procesos de confluencia sociopolítica y
crear laboratorios creativos y artivistas. Obviamente ambos están estrechamente
relacionados y son complementarios.
Necesitamos que esos activistas comunalistas participen en todos los
procesos y organizaciones que trabajen en la dirección comunalista, pero
también en aquellos espacios creativos –colectivos activistas, grupos de
reflexión, talleres de cultura contemporánea- que generen las nuevas
herramientas conceptuales y prácticas de acción política desde lo comunal.
En este sentido, creemos que la cultura contemporánea, en la tarea
pendiente de asumir el cambio de paradigma que ha forzado la crisis, ha de ser
una de las referencias del proceso de cambios, a través de la creación de una
red de laboratorios como los laboratorios ‘quintacolumnistas’ que propone
Cibergolem; laboratorios como comunales de conocimiento estratégico y táctico
que debieran contar con la intervención activa de creadores y teóricos al
servicio de la forma y estructura de La
organización.
Cibergolem, Noviembre 2013
Nota de reconocimiento
No queríamos convertir esta reflexión de Cibergolem en
una cita erudita, pero al menos dejaremos constancia de algunos de los autores
cuyas publicaciones recientes nos han ayudado a hilvanarla, aun desde una
mirada crítica: Alan Badiou, Daniel Bensaïd, Manuel Castells, Michael Hardt y
Toni Negri, Evgeny Morozov, Elinor Ostrom, César Rendueles, Emmanuel Rodríguez,
Simona Levi, Margarita Padilla…
Apéndice 1:
Walker/Caminante [Prototipo 0]
El proyecto Walker/Caminante con toda probabilidad es uno de esos proyectos
que por su ambición y complejidad están destinados a no ser realizados jamás o,
en el mejor de los casos, a ser transformados por el tiempo y a ser volcados en
un nuevo molde.
La idea de partida del caminante como el nuevo activista político parte de
la imagen matriz del manifestante indignado como zombi errante. La imagen
triunfante del caminante revolucionario del siglo XX que como figura
biopolítica deviene en lumpemproletariado imaginario, incapaz de seguir una
dirección.
El performer zombi que acampa en la Plaza de Sol o que se detiene ante la
policía del parque Gezi es un muerto político resucitado por la tecnología que
solo sabe manifestar su hambre política y actúa desorganizadamente.
El zombi indignado pese a haber evolucionado de caminante lento a rápido
sprinter, de masa furiosa a multitud en conexión, sigue preso de metáforas
biológicas como el virus o la colmena.
El zombi necesita revivir totalmente en su dimensión humana para encontrar
precisamente el modo de organizarse políticamente.
El proyecto Walker/Caminante es así una crítica al imaginario
revolucionario del movimiento indignado y una apuesta por la rehumanización de
los cuerpos.
La búsqueda de las nuevas metáforas para nuestro imaginario insurgente ha
de revisar la historia del caminante (el explorador, el nómada, el peregrino,
el mensajero, el caravanero, el migrante, el flanêur, el performer, etc.) para
reconvertir al zombi errante en un viajero con una misión y una organización.
La creación de una red comunal formada por nodos de confluencia como la
organización del caminante que destierre al turista de la revolución es nuestra
prioridad. Y a partir de su progresiva implantación, el planteamiento de una
estrategia para desplegar la batalla activista por la ciudad, a través de las
diversas tácticas del caminar y ocupar, es el propósito específico de este
proyecto.
Proyecto que se puede materializar en un libro, un documental o una
propuesta trasmedia, pero cuyo sentido sería desarrollarse como laboratorio
creativo al servicio de una política comunal y quintacolumnista.